Con harta frecuencia se ha admirado el valor de Santa Teresa de Ávila, el hecho de que, como religiosa de clausura, haya atravesado toda España para extender su reforma. Pero ¿qué son aquellos viajes comparados con los que emprendiera María Ward en prosecución de su obra? Viajes mucho más largos y penosísimos que, después de su primera estancia en Roma, la llevaron a Múnich y, de allí, dos veces más a Roma, con sus idas y venidas. Ha de tenerse presente que era una mujer, muchas veces gravemente enferma, la que hacía estos viajes, casi siempre a pie, con los medios más precarios, en el tiempo pavoroso de la Guerra de los Treinta Años. Muy característica en María Ward es su sinceridad y veracidad, que no conoce compromisos ni verdades a medias. Aún cuando se trata de la existencia de su Instituto, rechaza todo camino tortuoso e insiste imperturbablemente en la verdad plena y sin ambages. A la par de esta sinceridad resalta el alto aprecio de la labor de sus compañeras, su absoluta confianza y lealtad para con ellas (Joseph Grisar).